Celestino Rey era un joven albañil, vecino de Santa Sabina(Santa Comba) en donde
trabajaba en la reconstrucción del cementerio parroquial. El obrero no ocultaba
su deseo de intentar labrarse un futuro mejor en Madrid.
Corría el mes de octubre de 1932. Celestino trabajaba para
un contratista portugués afincado en las tierras del Xallas, llamado Ibrahim.
Los duros días de trabajo en la necrópolis sumaron hasta 700 pesetas en deudas.
Hasta que el patrón le dijo que quería saldar las cuentas pendientes y lo citó
en una zona próxima a esta localidad.Desde aquella noche no se supo más de Celestino. Los
familiares pensaron que el joven se había ido persiguiendo su sueño a Madrid.
La historia de quedaría ahí sino fuera por el olfato de un perro.
Meses más tarde. En junio de 1933, un perro comenzó a
escarbar la tierra en una huerta de Santa Sabina. El animal enganchó entre sus
dientes un hueso que mostró a algunos vecinos. Era un resto de cráneo
posiblemente humano. El vecindario siguió la pista del perro, y removió la
tierra. Encontraron un cadáver en completo estado de putrefacción, y con
grandes mutilaciones.
Los rumores recorrieron la pequeña población. ¿Podría ser el
cadáver de Celestino?. Las autoridades no tardaron en llegar. Y las
investigaciones arrojaron luz a los pocos días. Detuvieron al contratista
Ibrahim y a un pariente portugués, llamado Manuel. La justicia verificó que se
trataba del cuerpo de Celestino y reconstruyó los hechos de la siguiente
manera.
Celestino quería cobrar los jornales adeudados. Fue cuando
Ibrahim y Manuel hicieron un horroroso pacto. Se desharían del joven albañil, y
a cambio Ibrahim daría 200 pesetas de recompensa a su familiar. Y así fue.
Mientras Ibrahim y Celestino caminaban hacia la casa del
primero para saldar las cuentas, Manuel encendió su mechero. Era la señal,
Ibrahim se valió de un palo para dar dos
golpes en la cabeza de Celestino, que intentó escapar, pero apareció Manuel
para intentar reducirlo. Lo tumbaron en el camino. Ibrahim sacó una pistola y
disparó dos veces. Pero Celestino aún vivía. Preso de los nervios, el
contratista le piso la cabeza y con una navaja lo degolló.
Una vez muerto, lo enterraron en una finca cercana. Al final
la recompensa de Manuel fueron cien pesetas y dos cerdos. Ellos mismos hicieron
circular el rumor de que Celestino había decidido emigrar.
El crimen de Santa Sabina en 1932. El crimen que un perro
evitó que quedará oculto entre la tierra, y los asesinos libres.
Tengo entendido que la Guardia Civil detectó el nerviosismo del portugués cuando apareció el cuerpo y de ahí que lo interrogaran. La gente que estaba presente en la retirada del cuerpo, escuchó al cabo de la benemérita decir " el culpable está aquí", por el allí presente. El asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Pasó años en la cárcel, en el Castillo de San Antón, pero cuando salió libre volvió por la parroquia, de donde fue denostado por sus actos.
ResponderEliminarEl lugar donde lo habían enterrado se conoce como Sangriñal o Sancriñal. La gente recuerda esta historia aun hoy, al pasar por el lugar.