"A Casa do Demo" está en Anllóns-Ponteceso y tiene una escalofriante historia entre sus piedras.
La historia me sonaba de oídas. Pero un día de estos de octubre, arranqué el coche, acompañado por mi pareja(Maribel), y me planté en Ponteceso. En pocos quilómetros de distancia, el sol que nos saludaba en Santa Comba se volvió un día triste y brumoso en Ponteceso.
La historia me sonaba de oídas. Pero un día de estos de octubre, arranqué el coche, acompañado por mi pareja(Maribel), y me planté en Ponteceso. En pocos quilómetros de distancia, el sol que nos saludaba en Santa Comba se volvió un día triste y brumoso en Ponteceso.
La primera visita fue a la iglesia de San Fiz de Anllóns. Un templo coqueto, que a sus puertas tiene tres lápidas de mármol blanco. Una de ellas con el nombre de José Antonio Combarro Díaz, el párroco de la localidad en los convulsos sucesos de 1900. A las puertas del cementerio pregunté por una vivienda de turismo rural, y el vecino dudaba, al especificar “ A Casa do Demo”, señaló al fondo. “É aquela que se ve coa ventana verde”.
Subimos en su búsqueda. En un pequeño cruce de caminos, por curiosidad pregunté a un paisano de pequeña estatura, donde estaba la casa de turismo rural. Su respuesta fue una negación con la cabeza. Al mencionar su nombre me respondió: “Ah, sí” y me indicó el destino, no sin antes comentarme que allí no vivía nadie y que su dueño estaba en Estados Unidos y pocas veces venía al lugar . Ya lo sabíamos.
Y allí nos detuvimos. En esa pequeña casa de piedra con ventanas verdes. Cerrada a cal y canto, que supongo por ser conocedores de su historia, me causó una sensación de falta de energía. Pero insisto, llevaba un par de días documentándome sobre el tema y la sugestión debió hacer su papel.Allí hice fotografías, tomé algunas notas y comprobé como justo al lado salían de una vivienda dos jóvenes que nos saludaban con total naturalidad. En muchas aldeas por estar con una cámara y un bloc de notas, había despertado la curiosidad del vecindario. Aquí silencio y tranquilidad.
Apoyado en el muro que rodea la casa y su jardín, repasé los datos básicos de las jornadas trágicas que vivieron Juliana Rodríguez y su nieta María Cundíns. Y digo vivieron, porque los abundantes testimonios que existen así lo indican. Aunque el relato sea de lo más escalofriante y propio de una película de terror, de las que no soy nada aficionado.
Poco después de fallecer su esposo, en aquella humilde vivienda de Anllóns empezaron a pasar cosas muy raras. Se iniciaron a finales de 1899 pero hasta mayo de 1900 Juliana no dio la voz de alarma ante el temor del rechazo social. Le contó sus cuitas al párroco José Antonio Combarro, que acudió a bendecir la casa. Allí comprobó como caían piedras y las patatas se movían y se cambiaban de sitio. Combarro comprobó el fenómeno ”polstergeist”. Pero no fue el único. Vecinos del entorno presenciaron también lo insólito.
Juliana y María llegaban a sufrir actos de violencia en manos de aquel fantasma o “Demo”, los tiestos y otros utensilios se convertían en volátiles y agredían a las dos sufridas mujeres. Los tizones del fuego hacían juegos malabares y los tubérculos se partían en dos.Por allí pasaron el farmaceutico y el juez municipal para dar fe del caso.
El cardenal Martín de Herrera llegó a nombrar una comisión, que con acta notarial incluída no hizo más que corroborar lo que allí sucedía. La prensa también se movilizaba. Según escribió José María Castroviejo primero fue el periódico coruñés “La Mañana” y posteriormente sería “El Eco de Santiago” el que haría una cobertura de las fechorías acometidas por un ente invisible en la pequeña aldea que da nombre al insigne río bergantiñán.
Entre lloros, sufrimientos, rezos, notas de prensa y numerosos testigos que corrían la voz la “Casa do Demo” adquiría un gran protagonismo. A Juliana y María no les quedó más remedio que abandonar la casa. La abuela fallecería meses después mientras que la joven María Cundíns se iría rumbo a América.
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